C’est la vie, me dijo Louis el día que nos encontramos en el pequeño pueblo costero de Port à Piment. Me estaba contando que la noche del 4 de octubre pensó que iba a morir de frío. Su casa había sido devorada por las enormes olas del huracán Matthew cuando tocó tierra en el suroeste de Haití. Durante dos días, la lluvia y los vientos de casi 300 km/h atormentaron a los que se quedaban sin lugar donde guarecerse. Había perdido lo poco que tenía, pero allí estaba limpiando de palos y escombros su tierra y recogiendo tablas y planchas de zinc para reconstruir su casa de madera. No tenía otro sitio donde ir. Cinco años antes había perdido a sus dos hijos durante el terremoto que asoló Puerto Príncipe. Ahora solo le preocupaba conseguir aparejos nuevos para poder volver a pescar. Porque cuando eres haitiano, toca levantarse con lo poco que normalmente hay, c’est la vie. Pero el haitiano lleva en las venas la supervivencia, seleccionada primero por los traficantes de esclavos y después, por una consecución de miserias, epidemias, desastres y tiranos. Quizá por ello muestran una admirable aunque desconcertante fortaleza. Y parece como si asumieran su condición de desgraciados, pero lo hacen con orgullo, con la cabeza siempre alta y en muchos casos con una sonrisa que les debe nacer en el alma.
El inolvidable Louis, junto a los restos de su casa.
El carpintero del pueblo será de los pocos que sacará partido de la visita de Matthew.
Otros como Edouard, aprovechan las ramas que trajo la crecida del río para hacer carbón vegetal.
Muchos años no son excusa para no subir a reparar el tejado con paja y pedazos de zinc.
Y pocos años tampoco les libra de tener que lavar en los ríos desbordados.
Desde pequeños aprenden que hay que esforzarse para conseguir hasta las necesidades básicas.
Y cuando crecen la paciencia es un arte que les acompaña mientras secan la comida y el carbón en días nublados.
Porque aunque no haga mucho Sol la única opción que tienen para dormir en un colchón es destriparlo y esperar a que se sequen los harapos.
Mientras tanto toca dormir en el suelo.
Pero cuando sabes el verdadero valor de las cosas haces lo que sea necesario para recuperarlo.
Y como lo mas valioso es la familia, acompañas a tu madre y al abuelo a que le traten contra el cólera aunque corras el riesgo de contagiarte por las condiciones deplorables.
Solo cuando no hay adonde agarrarse coges todas tus cosas y buscas futuro en otro lugar.
Pero te vayas o te quedes lo importante es hacer las cosas con buen ánimo, aunque te lleve todo el día conseguirlo.
Bastan unas piedras y una madera tallada para disfrutar con los amigos jugando al Batu.
Porque cuando eres humilde hasta la escuálida gallina que te han regalado en la iglesia es un tesoro que te alegra el día.
Los haitianos te enseñan que a pesar de los pesares, la vida hay que afrontarla con optimismo, y si es posible con una sonrisa.
La vida ha sido muy dura para ese pueblo… gracias por acercarnos
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De nada Alma. Buena profe eres seguro 😉
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Pues lo dicho C’est la vie…asique vamos a sonreir y a seguir siendo coscientes de lo afortunados que somos…Gracias por recordarnoslo…me ha encantado…..
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Quién ha dicho esto? Que yo no he sido. Me estás hackeando!!!
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gracias por compartir. ver las realidades tan diferentes que vivimos otras personas debería de hacernos valorar al máximo las nuestras.
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Toda la razón Luis.
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Voy a enseñarlo en el colegio donde trabajo, con eso digo todo. GRACIAS.
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Como me molaría ser tu alumno. Con eso lo digo todo.
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También lo voy a compartir con mis alumnos
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Gracias campeón, eres un monstruo, gracias por hacernos llegar «c’est la vie». Durilla, pero real.
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«Durilla» sí, y se la toman con tan buen rollo como tú. Son la hostia!!
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oye pq sales tu cuando escribo yo??????
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soy tu sister
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todavia me quedo aplastado por estas fotos. Gracias Enrique
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Sonríe Dan, como si te hubieran regalado una escuálida gallina. Que eso es lo que nos enseñan los haitianos!!!!!
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